EL PUEBLO YA NO ES LO QUE ERA
Fuente: muvare/CanalSolidario.org
Las fotos son de muvare
Donde antes había una herrería, una carnicería, una tienda de dulces o una fábrica de vinagres ahora sólo quedan casas vacías. Tampoco hay casi niños en la calle, ni gente que participe en las fiestas. Las políticas agrarias y la crisis ahogan a los pequeños municipios. ¿Hay futuro para los pueblos?
Este fin de semana he estado en Castilla-La Mancha para reencontrarme con la familia de mi abuela después de casi 20 años. Aparte de la emoción de encontrarme con tíos, primos y amigos de mis abuelos que nunca había conocido, me ha sorprendido ver cómo vive la gente en los pueblos rurales de esta comunidad.
En el pueblo de mi madre he visto gente que te saluda por la calle aunque no sepa quién eres. He visto a filas de vecinos, de todas las edades, subiendo la cuesta que lleva a la iglesia cuando sonaban las campanas que anunciaban la misa del domingo. He visto a mis tías cantando los mayos, de memoria.
Mis primos me han contado cómo tocan en la banda municipal, en las procesiones, y cómo, si un día te emborrachas, al día siguiente todo el pueblo te está gastando bromas. He visto a mujeres lavando la ropa a mano, “porque no me acostumbro a la lavadora”. Pero lo que más me ha llamado la atención es lo mucho que se quejan todos de que el pueblo ya no tiene vida.
“El pueblo ya no es lo que era”, es un lamento que todos repiten, junto al recuerdo de viejas aventuras vividas en las calles de Santa Cruz de la Zarza. Y es que el pueblo ha debido de cambiar mucho. Todos recuerdan que, donde ahora sólo hay casas, antes había tiendas: una herrería, una carnicería, una tienda de dulces, una pequeña fábrica de vinagres… Ya no queda nada de todo eso. Tampoco quedan casi niños jugando en las calles, ni gente que participe en las fiestas, como los Mayos o la Romería de la Virgen de la Paz.
Las cifras lo constatan: desde 1950, época en que Santa Cruz llegó a tener más de 6200 habitantes, la población no ha parado de descender. Ahora quedan 4.800 habitantes, aunque muchos de los vecinos sólo pasan aquí los fines de semana o las vacaciones.
La situación económica del pueblo tampoco es buena. “Antes había dos fábricas a las afueras, pero las dos están a punto de cerrar por la crisis”, nos contó una vecina. “Los jóvenes no tienen a qué dedicarse y tienen que irse, aquí sólo hay trabajo en el campo”, nos explicó otra. Y el campo que rodea el pueblo, sembrado de olivos, girasoles, legumbres y uva, “no da para vivir”.
“Nosotros tenemos que cultivar dependiendo de las subvenciones“, me explicó un agricultor de la zona. “Y la política agrícola, o está hecha desde los despachos por gente que no tiene ni idea de agricultura o está programada para los grandes terratenientes, porque para nosotros no tiene ni pies ni cabeza”, prosigue.
Este hombre, que lleva toda su vida viviendo del campo, cultiva lo que le mande la concejalía, aunque el cultivo después no se comercialice: “este año, por ejemplo, vamos a sembrar legumbres, porque nos dan la subvención, pero nosotros que llevamos toda la vida en estas tierras sabemos perfectamente que las legumbres aquí no germinan. Sabemos que trabajaremos para nada y la cosecha se acabará tirando, pero tenemos que hacerlo por la subvención, porque sino no comemos”, me explica. Y así cada año: o pagan por cultivar productos que después no se consumen, o por limpiar las tierras y no producir más excedente, porque, dicen, no hay suficiente demanda. ¡Es absurdo!
Todo ello me ha dejado perpleja y me lleva a preguntarme cómo será el pueblo de aquí a otros 20 años. ¿Habrá desaparecido? ¿Se quedará como segunda residencia de gente que viva en Toledo o en Madrid? ¿O albergará fábricas, oficinas y bloques de pisos? ¿Será un refugio de turistas? Sea como sea, es difícil que vuelva ser el pueblo radiante que añoran todos los vecinos. Aunque conozco a más de uno y más de una que lucharán porque así sea.
0 comentarios