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El Saloncito de Ross

Neurovoluntariado: ¿nos podemos ejercitar para ser más solidarios?

Neurovoluntariado: ¿nos podemos ejercitar para ser más solidarios?

La foto es de nats en Flickr

Por: César Gª-Rincón / Homo Prosocius

¿Y si descubriésemos los parámetros y redes mentales que actúan como precursores de las conductas solidarias y altruistas? La neurociencia está de moda, y sus aplicaciones van en aumento en todos los campos, también en el de la acción social.

Desde hace más de dos décadas los programas de pensamiento prosocial se aplican en rehabilitación penitenciaria con un éxito importante (8% de los participantes se rehabilitan, que no es poco). Se trata de modificar el modo cómo se procesa la realidad externa e interna, más o menos. Este programa ya ha tenido y tiene aplicaciones en centros educativos desde hace una década.

El tema da un poco de miedo, porque nos puede llevar a pensar en temas cercanos a la manipulación, pero nada más lejos de la realidad cuando se busca el desarrollo positivo de la persona humana y de la sociedad, de hecho toda intención educativa tiene un objetivo y ordena la mente, o enriquece los mapas mentales en una dirección.

Últimamente oigo hablar de “neuromárketing” (eso sí que es manipulación, como por ejemplo que una marca consiga estar en el primer lugar de tu posicionamiento mental: quieres tomar un refresco y enseguida te viene la marca …).

Desde Homo Prosocius acabamos de desarrollar el programa-modelo Neurovoluntariado: los 7 parámetros de la inteligencia prosocial, un programa basado en 7 procesos mentales progresivos que están en la base de la solidaridad y que nos pueden servir, no sólo para idear y desarrollar acciones formativas, sino también para valorar si las que llevamos a cabo son de calidad o no, es decir, consiguen modificar o desarrollar en primer lugar la mente (actitudes, patrones de pensamiento…) de las personas, y en segundo lugar, los comportamientos y estilos de vida de esas personas.

Estos parámetros mentales o procesos de pensamiento prosocial resumidos son los siguientes:

1. Empático versus apático. El pensamiento prosocial no es sólo razonamiento aséptico, sino que está rodeado de una serie de fuerzas afectivas que le aportan claridad en la comprensión de las realidades ajenas, así como motivación interna en el empeño por aprehender la realidad y comprometerse en su transformación. Ponerse en lugar del otro, imaginarse en su realidad es trasladar el centro de uno mismo a la dimensión ajena, y comprender el mundo del otro “desde el otro”.

2. Crítico versus conformista. El pensamiento prosocial no se conforma con las descripciones y conceptualizaciones hechas sobre la realidad social, así como con una única fuente de información. Sabedor de que las realidades problemáticas están sujetas a múltiples cambios y causas, así como a variables espacio-temporales, es un pensamiento en permanente búsqueda de la verdad, en permanente actitud de apertura y cambio. Ello supone ser crítico con uno mismo y valiente para afrontar las disonancias mentales.

3. Creativo versus ritualista. El pensamiento prosocial no sigue exclusivamente fórmulas lógicas en el sentido de relaciones causa-efecto, como tampoco gira cíclicamente en torno al mismo problema para descubrir su esencia. Más bien descubre nuevas posibilidades desde los caminos menos lógicos, abierto a la posibilidad de error y aprendiendo del mismo, descartando posibilidades, haciendo que el problema gire en torno a otras dimensiones (traslación) para adquirir nuevas perspectivas, y buscando-contrastando la opinión de distintos jueces de la realidad social.

4. Dinámico versus estático. El pensamiento prosocial es dinámico, flexible, permeable, antes que algo absoluto, impermeable e inflexible. La mente prosocial tiene que saber cuándo sus marcos se han de cambiar por otros más actualizados y adaptados a cada situación particular. Ello no quiere decir que sea un pensamiento inestable o blando, más bien su fortaleza reside en su capacidad de adaptación a los contextos externos para su comprensión y el posterior compromiso social en los mismos. El pensamiento prosocial busca la armonía en forma de “equilibrio dinámico”, una capacidad que recibe el nombre de “resiliencia” (flexibilidad mental) y que está en la base de la supervivencia humana, de la inteligencia emocional y de muchos aspectos relacionados con la realización personal.

5. Sistémico versus fragmentado. El pensamiento prosocial es básicamente asociativo, buscando y construyendo redes y nexos de unión entre las ideas y las experiencias perceptivas. Aprehende la realidad integrándola en sistemas y circuitos, reorganizándolos y enriqueciendo así sus “mapas mentales”. El pensamiento fragmentado suele residir en carpetas cognitivas individuales y sin relación alguna entre ellas. La persona fragmentada experimenta el mundo como el paso por diferentes ámbitos inconexos, donde se representan papeles diferentes y uno se orienta desde valores incluso contrapuestos. El pensamiento prosocial está fuertemente asentado sobre unas bases o valores fundamentales, en torno a los cuales se construyen ideas, teorías y mecanismos funcionales.

6. Constructivo versus derrotista. El pensamiento prosocial es positivo, busca la mejora del otro y de uno mismo. Se orienta al equilibrio y la armonía con la naturaleza humana. En este sentido rechaza todo aquello que destruye al hombre y la naturaleza: la guerra, el hambre, las drogas, la injusticia, la agresión … y facilita los datos para la construcción y reconstrucción del hombre y su mundo. El pensamiento derrotista lleva al inmovilismo y la frustración desde un “no se puede hacer nada”. El pensamiento constructivo busca siempre el camino positivo y aprende de los errores humanos para no volver a cometerlos.

7. Ecléctico versus polarizado. El pensamiento prosocial tiene que ser por lógica ecléctico antes que extremista o polarizado. La realidad social se construye y se explica básicamente desde marcos bipolares o variables dicotómicas y la combinación de las mismas en tipos ideales. La persona prosocial es capaz de reconocerse y reconocer al otro en los polos opuestos de muchas variables, situarse o imaginarse en cada uno de ellos y desde ahí construir marcos de pensamiento y propuestas eclécticas y dialogantes, acercando posturas e ideas, algo muy importante, por ejemplo, en las diferencias interculturales e interclase, muy presentes en las relaciones entre voluntarios y usuarios.

Estas 7 dimensiones cognitivas, a su vez, se desarrollan como un proceso o escalera progresiva en 3 niveles, lo que facilita la evaluación de su impacto en los y las estudiantes. Asimismo, hemos desarrollado un conjunto de fichas didácticas y dinámicas grupales para facilitar los 7 procesos y dimensiones que hemos comentado.

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