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El Saloncito de Ross

Dos nombres para millones de víctimas

Dos nombres para millones de víctimas

  La foto es de Anesvad



Por: Adrián Seminario/ Anesvad


El 23 de Septiembre,  fue el Día Internacional Contra el Tráfico y la Explotación de Mujeres, Niños y Niñas, Anesvad quiere llamar a la acción para poner freno a esta lacra. Esta vez, son dos víctimas desde el anonimato quienes rompen su silencio y cuentan su historia.

La pobreza es una de las causas que provoca que cada año millones de mujeres y niñas sean víctimas de la explotación sexual. Bajo la mentira de una vida mejor, de un trabajo y de un salario, las redes mafiosas, camufladas muchas veces entre gente conocida, engañan a quienes están dispuestas a todo para sobrevivir.
Noy y Tuk son un claro ejemplo. Aunque no se llaman Noy y Tuk. Por razones de seguridad hemos cambiado su identidad. Las mafias no perdonan a quienes escapan. Y fue su caso. Después de un drama que duró demasiado tiempo y al que estas dos jóvenes, adolescentes, no tendrían que haberse enfrentado nunca.
De familias humiles y sin estudios, ambas son originarias de un pequeño poblado a orillas del Mekong a un par de kilómetros de la capital. En abril de 2010, cuando Noy y Tuk tenían solamente 15 años, una mujer de unos 50 años que vivía en el mismo pueblo se les acercó, y les dijo a ellas y a sus madres que tenía una buena oportunidad de trabajo para ellas, que les haría ganar un buen salario trabajando en una tienda de ropa en Tailandia.
Las chicas, recelosas, se negaron al principio. La mujer les aseguró que ella acababa de enviar a sus dos hijas hacia allá, que las condiciones eran buenas y el viaje muy seguro. Otra adolescente del área, llamada Lot, se acercó y confirmó que ella también se sumaba al viaje, convencida de que era una buena oportunidad. Esto les convenció.
Lo que ambas desconocían era que la mujer y la joven formaban parte de una red de trata y que la realidad que les esperaba era bien distinta.
Noy, Tuk, Lot y otra chica fueron transportadas en un pequeño barco por el rio Mekong a las seis de la mañana. No llevaban papeles, documentos de identidad ni dinero con ellas. Una vez en Tailandia, al otro lado del río, fueron conducidas a otra casa, que pertenecía a la hermana de la traficante. Después de la cena, fueron recogidas por una tercera mujer, también de unos cincuenta años. Esta era la propietaria del bar karaoke a donde las niñas se dirigían a trabajar
aún sin ellas saberlocomo prostitutas.
De camino al pueblo donde el bar karaoke estaba situado, las chicas fueron detenidas por la policía, que les permitió continuar su camino sin ni siquiera pedirles la documentación. Al llegar, la propietaria del bar encerró a las niñas en un cuarto. No salieron durante dos días, hasta que les dijo que necesitaba que empezaran a trabajar. Las niñas estaban aterradas, y cuando fueron obligadas a vestir ropas provocativas no se atrevieron a negarse. Empezaron a trabajar allí con otras ocho niñas. En total eran seis de Laos y cuatro de Tailandia. Dos de las chicas de Laos resultaron ser las hijas de la propietaria.
Durante un año entero, estuvieron prisioneras en aquel lugar y forzadas a trabajar como prostitutas. Tenían que aceptar al menos 10 clientes al día, y salvo que estuvieran muy enfermas, no podían dejar de trabajar bajo ninguna circunstancia. Incluso en el caso de grave enfermedad, no les estaba permitido ir a visitar a un médico, sino que la propietaria les administraba directamente algún medicamento. Las chicas trabajaban también durante la noche, sin poder irse a dormir algunos días hasta las 4am, y una vez se acostaban, si algún cliente llegaba, debían levantarse y trabajar.
Ganaban solo 0,50 € por día
Noy y Tuk ganaban 20 bath al día (0,50 € aproximadamente) (apenas suficiente para comer). Estaban advertidas para no tomar drogas y alcohol, y usar siempre preservativos.
Las únicas ocasiones en las que Noy y Tuk tuvieron permiso para dejar la casa se dieron cuando el propietario “recibía el soplo” de una inminente redada. Entonces, eran acompañadas a un centro comercial, y allí sus “escoltas” compraban para ellas maquillaje y ropa más provocativa. Un día, un policía entró en la casa simulando ser un cliente. Se trataba de una redada de la que la propietaria no había sido advertida previamente. Finalmente, las chicas pudieron dejar la casa. La traficante se las arregló para escaparse.
Las chicas fueron conducidas a un centro de acogida al norte de Tailandia. Allí fueron alojadas a salvo durante 10 meses, y recibieron ayuda psicológica y médica. Antes de ser enviadas al centro de Vientián, decidieron pasar por el pueblo donde la traficante de niñas estaba viviendo para denunciarla a las autoridades locales. Posteriormente fue arrestada. En el centro de AFESIP, con quien colabora Anesvad en Vientián, están a salvo de futuras amenazas de trata, y son formadas para adquirir nuevas habilidades, disfrutan de buenos cuidados de salud, apoyo psicológico, y si fuera necesario, de ayuda a sus familias. Anesvad aborda la rehabilitación y todas las consecuencias físicas y psicológicas que sobre la salud de las víctimas genera esta grave violación de los Derechos Humanos.

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